La compasión es empatía, pero también es más que mera empatía: es el deseo ferviente de reducir o eliminar el sufrimiento de los demás.
Si nos dejamos abrumar por el sufrimiento ajeno, perdemos la habilidad de ayudar efectivamente. Por tanto, un componente esencial de la compasión hábil es mantener la calma, para así poder ser de utilidad.
Por ejemplo, al presenciar un accidente, no debemos tirarnos del cabello ni gemir como las víctimas, si no que debemos ofrecer socorro como mejor podamos. No nos derrumbamos emocionalmente, porque no es útil ni beneficioso para los accidentados.
Mi Maestro solía recomendar: “Ayuda ahora; lamenta luego.”
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