La cultura contemporánea lo monetiza todo. Ponemos precio a las cosas, a las situaciones, y hasta los seres conscientes. Buscamos la felicidad calculando el rendimiento de nuestras inversiones de tiempo, recursos, y esfuerzo, y actuamos de modo que a final de cuentas obtengamos algún provecho individual.
Al negarnos a reconocer el valor intrínseco de la gente, de los animales, y de nuestras relaciones con los demás, terminamos viviendo en un mundo inhóspito, caracterizado por la competencia salvaje, la ganancia, y la ventaja —y el precio a pagar es el aislamiento y la soledad.
Otra experiencia es posible. Al optar por la solidaridad, la bondad, la compasión, y la reciprocidad, descubrimos en definitiva que la felicidad se comparte, o se parte.
Estupenda reflexión, evidentemente una cosa es el valor y otra el precio, no sólo de las cosas sino también de sentimientos, personas, sensaciones, etc.